Aunque los autores pueden escribir sus memorias por distintos motivos, uno de los más frecuentes es el de desarrollar un mecanismo de liberación personal, un salvoconducto literario en el que desprenderse de las ataduras en las que a veces se convierten los recuerdos.
Este es el motivo que parece esconderse detrás de la obra “El pequeño guardia rojo” (Editorial Libros del Asteroide), del escritor chino afincado en Estados Unidos, Wenguang Huang, que se ha publicado recientemente en España después de su éxito en el original en inglés. El libro de este también periodista de The New York Times y traductor es no solamente una expiación personal, sino también una suerte de absolución con el pasado de la familia Huang, principalmente con la figura de su padre, dentro del tumultuoso contexto histórico de la China del último medio siglo.
Curiosamente, la figura central del libro no es ningún miembro familiar, ni siquiera de carne y hueso, sino un ataúd camuflado en el hogar de los Huang bajo el eufemismo de “caja de longevidad”. Tallado y pulido para la abuela paterna, quien encarna a la tradicional China confuciana sobreviviente al Maoísmo, el ataúd representa la piedad filial, el respeto a la tradiciones, el culto a los antepasados y los rituales sociales.
Desde su llegada a la humilde morada de la familia Huang, este objeto se convierte en realidad en una “caja de Pandora” de la que surgen todo tipo de disputas. Lo que a simple vista parecía una misión fácil de realizar (el funeral de la abuela en su tierra natal), se convierte en un quebradero de cabeza para toda la familia debido a las nuevas directrices impuestas por el Partido Comunista de China. Con la llegada de Mao Zedong al poder, los valores confucianos fueron apartados del aparato ideológico para acabar con unos rituales y supersticiones que mantenían a China atrapada en el pasado y el subdesarrollo. Así, los entierros se simplificaron tanto que la incineración se convirtió en la despedida terrenal para todos los fallecidos. Algo que la abuela Huang no puede tolerar y que su hijo, el padre de familia, debe llevar a cabo cueste lo que cueste a la familia.
El clan de los Huang representa las contradicciones, variaciones y tesituras de la China de las últimas décadas. El padre, miembro devoto del Partido Comunista de China y voluntarioso trabajador en una fábrica, se encuentra ante la encrucijada de sumir a la familia en una racanería económica impuesta por la piedad filial de la abuela; las peticiones de la madre, que se enfrenta al poder que ejerce la abuela sobre su marido, con quien se enzarza en rutinarias discusiones que se resuelven con el consuelo de las vecinas; el primogénito y narrador (ojito derecho de la abuela), sobre el que recae la responsabilidad de dar continuidad al linaje, quien es nombrado “guardián de la caja de longevidad” y que acaba siendo el viaducto hacia la modernidad y el exterior de la nueva China aperturista.
Mediante la ágil e ingeniosa narración de Wenguang Huang, el lector es testigo privilegiado de las disputas familiares de los Huang, con el trasfondo de una China que vive la locura de la Revolución Cultural para pasar al sollozo desbordado por la muerte de Mao Zedong y Zhou Enlai. Con el fallecimientos de estos dos políticos se abrirán las puertas a la modernidad, la apertura económica y a mayores aspiraciones sociales que desembocarán en las manifestaciones de Tiananmen, el punto y final de la residencia del autor en China.
Wenguang Huang logra añadir a los clásicos ingredientes de la narrativa literaria china (la historia y el pasado, altercados políticos, las penurias del mundo rural, la muerte, etc) nuevos aditivos que convierten a “El pequeño guardia rojo” en una obra que da nuevos pasos hacia el fortalecimiento de una literatura con nombre propio. El uso de la ironía y el sarcasmo se han convertido en una arma de doble filo para esta generación de escritores chinos liderada por Mo Yan, reciente premio Nobel de Literatura. El uso que hace Huang de este “artefacto” es sutil pero directo, dando forma a la personalidad de cada uno de los personajes. En sus acciones, que lindan entre lo cómico y la gravedad de sus actos, se esconde una crítica a cada uno de los estratos y esferas que componen la sociedad china: la nación, la provincia, la ciudad, el pueblo, el vecindario… y, en último término, como núcleo inalterable, la familia.
A lo largo de sus trescientas páginas, Wenguang Huang escribe unas memorias que no sólo lo reconcilian con su padre -”le debía un elogio”, confesó en una entrevista– y su familia, sino que también sirve para analizar el presente de China, embarcada en una carrera hacia la modernidad pero donde el pasado (las tradiciones y valores confuciones) siguen presentes más allá de la vida y de la muerte. Una obra deliciosa que cubre todos los aspectos sociales que dan sentido a la China de las contradicciones.
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