Mo Yan: ¿una nueva era para la literatura china?

por | Ene 31, 2013 | Cultura china, Lo último

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Este artículo forma parte de una colaboración entre ZaiChina y Caixin, uno de los medios chinos más independientes del país. Este artículo se ha publicado también en su web y lo reproducimos aquí con su permiso.

Mo Yan es el producto de uno de los períodos más tumultuosos de la literatura china, pero podría también representar uno de los mayores triunfos modernos del país.

(Autora: Sheila Melvin) La decisión de conceder el Premio Nobel de Literatura de 2012 al novelista chino Mo Yan fue recibida en China como la culminación de un sueño que había durado cien años. Aunque no es el primer Nobel para un autor que escribe en chino —el novelista y dramaturgo Gao Xingjian ganó el premio literario en 2000 y el crítico literario Liu Xiaobo (actualmente en prisión) conquistó el Premio de la Paz en 2010—, se trata del primer ganador que ha mantenido su nacionalidad china y una buena relación con las autoridades. Asimismo, marca el final de un largo siglo para los escritores chinos; un siglo en el que el Premio Nobel había sido considerado como una especie de santo grial para los autores, los círculos literarios e intelectuales, e incluso para toda la nación.

Se ha escrito a menudo en la República Popular sobre la obsesión de la China moderna con el Premio Nobel de Literatura, conocida como el “Complejo del Nobel”, que llegó incluso a ser documentada por la estudiosa Julia Lovell en su libro The Politics of Cultural Capital (La política del capital cultural). Arraigada en la antigua veneración china por la palabra escrita, esta fijación moderna surge del movimiento del Cuatro de Mayo (de 1919), momento en el que los intelectuales empezaron a examinar de forma crítica su cultura milenaria y la hallaron deficiente en casi todos los aspectos. Convencidos de que la cultura china contribuía a su debilidad, los intelectuales del Cuatro de Mayo lucharon por su reforma o abandono total.

Se puede ver un ejemplo clásico de esta actitud en las ideas del célebre autor Lu Xun, quien defendía el abandono de los caracteres chinos —y la latinización del lenguaje escrito— por su inaccesibilidad para las masas, el tiempo que requería su aprendizaje y porque mantenía a los erudios oficiales como la élite del país. Como dijo en An Outsider’s Chats about Written Language (Las conversaciones de un extranjero sobre el lenguaje escrito), “La latinización comporta otra ventaja: se puede escribir rápido. Los estadounidenses dicen que ‘el tiempo es dinero’. Sin embargo, yo creo que el tiempo es vida. De hecho, malgastar el tiempo de los demás sin motivo alguno equivale a robarles y matarles”

Con el fin de ayudar a la reforma de la cultura china, los intelectuales importaron (a veces a través de Japón) lo que, según ellos, era lo mejor de la civilización occidental, incluida la novela. Los lectores chinos no tardaron en acceder a los clásicos literarios occidentales (a principios de la década de 1930, estaban disponibles las traducciones al chino de las obras de 47 autores ingleses, 38 franceses, 36 rusos, 30 alemanes, 30 japoneses, 18 estadounidenses e incluso dos africanos). Circularon tres versiones diferentes de la obra de Flaubert Madame Bovary, 13 obras de Upton Sinclair y ocho novelas de Dickens. Entre 1928 y 1929, más de un centenar de obras literarias rusas se tradujeron y publicaron en China. La Casa de muñecas del dramaturgo noruego Ibsen fue introducida por Lu Xun y Hu Shi y se popularizó entre los intelectuales urbanos (la última mujer de Mao Zedong, Jiang Qing, interpretó a una joven en la obra); en 2006, una lista del Diario del Pueblo de los 50 extranjeros que jugaron un papel decisivo en dar forma a la China moderna incluía a Marx y Lenin. La creciente disponibilidad de clásicos occidentales desembocó en más autoflagelación, como muestra el ensayo de 1917 “Sobre la revolución literaria” de Chen Duxiu, uno de los fundadores del Partido Comunista, quien se preguntaba: “¿Entre las espléndidas figuras literarias de esta nación existe alguna que ose considerarse el Hugo, Zola, Goethe, Hauptmann, Dickens o Wilde chino?”

El conocimiento sobre los Premio Nobel se extendió a la vez que estas traducciones occidentales, y se agudizó con la visita a China en 1924 del indio Rabindranath Tagore, premiado en 1913. Con todo, cuando se propuso la nominación de Lu Xun para el premio en 1927, el gran autor se mostró despectivo con él mismo y todos los autores chinos:

“Con respecto al Nobel, ni Liang Qichao ni yo somos los más adecuados… Todavía queda mucho por hacer antes de que podamos ganar todo ese dinero. Hay tantos escritores mejores que yo en el mundo…”

“Lo que me proporciona una injusta ventaja es el hecho de ser chino y de que me pudiera ayudar la palabra “China”… sería ridículo. De hecho, creo que China todavía no cuenta con nadie que pueda ganar el Premio Nobel y lo mejor que podría hacer Suecia es no prestarnos atención… Si las personas de piel amarilla recibieran un trato preferencial, lo único que se conseguiría sería alentar el egoísmo de los chinos, convenciéndolos de que realmente son iguales a los grandes escritores extranjeros. El resultado sería terrible”.

Cuando Pearl Buck recibió el Nobel de Literatura en 1938 –por “sus ricas y verdaderamente épicas representaciones de la vida en el campo chino”– creció todavía más la atención en el premio, ya que, al parecer, a muchos autores chinos, incluidos Hu Feng y Ba Jin, les indignó que un no chino hubiera ganado por haber escrito sobre China. Sin embargo, Buck estuvo por encima y usó su discurso de aceptación para defender de forma apasionada el poder de las novelas chinas tradicionales, como Shuihu Zhuan (que ella tradujo al inglés). “La novela china era libre”, dijo, “creció como quiso de su propia tierra, la gente corriente, se nutrió del sol más cálido, la aprobación popular, y los fríos vientos helados del arte erudito no la tocaron”. También aprovechó su posición como ganadora del Premio Nobel para nominar a Lin Yutang para el premio literario en 1940 y 1950.

En 1944, Qian Zhongshu escribió “Inspiración”, una irónica parodia sobre la fijación con el Nobel de sus compañeros escritores chinos. En ella, las obras de los mejores autores nacionales son traducidas al esperanto para el Comité del Nobel, quien equivocadamente piensa que se trata del idioma chino con caracteres latinos. Cuando el autor chino sin nombre no consigue ganar, los medios chinos enfurecen y los nacionalistas sugieren que China boicotee el Nobel y empiece su propio premio literario “para evitar la pérdida de soberanía en la crítica artística”.

Mientras tanto, los que continuaron tomándose en serio la conquista del Nobel empezaron a sugerir candidatos chinos potenciales, incluidos Lao She, Shen Congwen, Ba Jin, Ai Qing y Lin Yutang, pero las oportunidades reales de estos escritores eran escasas por un motivo fundamental: la política.

La política y la literatura siempre han estado íntimamente unidas y, efectivamente, bajo el sistema imperial, la literatura era la puerta de entrada a la política. Del mismo modo, los escritores que se atrevían a contradecir la línea política establecida siempre lo hacían bajo su propio riesgo. Todos sabemos que el primer emperador chino, Qin Shihuang, “quemó los libros y enterró a los eruditos”. Pese a ello, y como Lin Yutang explicó, “tan espléndida era la actividad literaria de la nación que cuantos más libros quemaban los soldados, más grandes se hacían las colecciones de libros”, aunque después de 1949 esto dejó de ser cierto.

Entre 1949 y 1966, se publicaba en China una media de ocho novelas al año. Este número parece incomprensiblemente bajo, pero disminuyó aún más durante la Revolución Cultural (1966-1976), cuando no se escribió casi nada nuevo, excepto óperas revolucionarias. El destino que corrieron los autores propuestos para el Nobel es significativo: Lao She se ahogó en 1968; Shen Congwen abandonó la ficción en 1949; Ba Jin fue perseguido durante la Revolución Cultural y a su mujer, Xiao Shan, se le negó tratamiento médico y murió; Ai Qing fue enviado a trabajar a Xinjiang al final de la década de 1950 (en parte porque defendió a la escritora Ding Ling) y no se le permitió publicar hasta 1979; Lin Yutang abandonó China y nunca regresó. Es por todo eso que no resulta sorprendente el hecho de que tuviera que transcurrir un siglo para que un escritor chino ganara el Premio Nobel; por el contrario, es increíble que dos autores chinos lo hayan recibido en menos de 15 años (aunque a uno no se le reconoce en China, de nuevo por motivos políticos).

Mo Yan es producto de uno de los períodos más tumultuosos de la China moderna. Nació en 1955 en Gaomi, en la provincia de Shandong, y pasó su infancia en un estado de hambre constante. “Solo pensábamos en comida”, escribió Mo, “y en cómo conseguirla. Éramos como una jauría de perros hambrientos… Comíamos las hojas que caían de los árboles, y cuando no había centrábamos nuestra atención en la corteza”. (Hace poco se publicó en inglés una obra sobre este período llamada Tombstone (Lápida), del ya jubilado periodista de Xinhua Yang Jisheng, que por desgracia no se encuentra disponible en China).

A Mo Yan no se le permitió ir a la escuela y pasó su infancia apacentando vacas. Se sentía tan solo que hablaba consigo mismo; en una ocasión su madre lo descubrió hablando con un árbol y le rogó que parara por miedo a que su locuacidad pudiera causar algún problema. Este es el motivo por el que adoptó el seudónimo de “Mo Yan”, que significa “No hables”. Se convirtió en escritor porque oyó que los escritores comían ravioles (jiaozi) tres veces al día, un lujo incomprensible para alguien que había sobrevivido a base de cortezas de árbol. Las novelas de Mo reflejan sus experiencias, que transmiten, en sus palabras, “una visión crítica de la política y mi compasión por los campesinos chinos” y “mi pena por el declive de la humanidad y mi odio por la burocracia corrupta”.

Como cabía esperar, la elección de Mo Yan como nuevo Premio Nobel ha sido atacada por motivos políticos tanto dentro como fuera de China. Sin embargo, Mo declaró a la agencia Xinhua: “Mis novelas están por encima de la política. El premio… es una victoria de la literatura, pero no una victoria de lo políticamente correcto”. También sugirió que la “Mo-manía” que entonces acaparaba la atención china “acabará en un mes, quizás antes, y entonces todo volverá a la normalidad”.

El Premio Nobel de Literatura es un triunfo personal para Mo Yan. También lo será para China si permite el surgimiento de una literatura que esté por encima de la política y el inicio de una nueva era en la que los escritores sean libres para escribir y los lectores libres para leer; una nueva era en la que nunca más ningún muchacho tenga que cambiar su nombre por “No hables”.

• Aquí tienes el resto de artículos de Caixin en español, traducidos por ZaiChina.

Irene T. Carroggio
Irene T. Carroggio cursa el último año de Traducción e Interpretación en la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) y de Comunicación en la Universitat Oberta de Catalunya (UOC). Ganadora del accésit del premio de traducción Andreu Febrer de la Universidad de Vic, traduce para Zaichina y Global Asia. Ha realizado cursos de chino en Pekín y Shanghai. [Más artículos de Irene T. Carroggio]

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