El nuevo número uno del Partido Comunista de China destaca por su experiencia económica y su gestión en algunas de las provincias más ricas del país
Cuando el 18 de octubre de 2010 Xi Jinping fue nombrado vicepresidente de la Comisión Central Militar, su ascenso como Secretario General del Partido se dio definitivamente por descontado. En 1999, este mismo gesto había afianzado a Hu Jintao como el líder chino para la próxima década, dentro de lo que se considera un movimiento para afianzar la sucesión dentro de las élites militares. El XVIII Congreso del PCCh, que finalizó ayer en Pekín, ha sido el último escalón de una larga carrera hasta lo más alto.
Dos años después de aquel desplazamiento táctico, los perfiles, biografías y debates alrededor de Xi no han logrado más que crear una imagen difusa del que está llamado a ser el continuador del hasta ahora imparable ascenso económico chino. Unos lo tildan de tolerante, reformista y liberal basándose en los genes heredados de su padre Xi Zhongxun, una vez mano derecha de Mao, pero más tarde desterrado durante la Revolución Cultural; otros lo tachan de áspero – “China no exporta la revolución; no exporta pobreza y hambruna, y no se mete en sus asuntos, ¿qué más hay que decir?”, contestó visiblemente enojado en una rueda de prensa en México en 2009- y de represor de los derechos humanos.
Natural de Fuping, en la provincia de Shaanxi, Xi Jinping nació en 1953 con el rojo globuloso y comunista en sus venas. Su infancia, adolescencia y madurez están intrínsecamente marcadas por los avatares políticos que su padre Xi Zhonxung iba sufriendo desde que se lanzara a la lucha de guerrillas por la escarpada orografía de Shaanxi para combatir al enemigo republicano. Su valía en el campo de batalla le granjeó la amistad de Mao, quien lo convirtió en uno de sus principales aliados. Durante este tiempo, el joven Xi había alcanzado la educación secundaria sin verse salpicado por los asuntos políticos que llegaban a casa cada día. Sin embargo, el normal transcurrir de su juventud se vería truncado cuando su familia tuvo que desplazarse al campo después de que el patriarca fuera acusado de traición en la paranoia maoísta de la Revolución Cultural.
Este hecho enmarca a Xi en lo que se llamó entonces como la “generación perdida”, aquellos jóvenes nacidos en los 50 que se vieron forzados a abandonar sus estudios para dedicarse a labores agrarias. En el caso de Xi, su estancia en el condado de Yanchuan duró seis años, en los que, como él mismo reconoce, “moldearon mi carácter y mi visión”. Estuvo allí hasta 1977, cuando gracias a la reapertura de las universidades se matriculó en Humanidades y Ciencias Sociales, especializándose en teoría marxista, según los escasos datos biográficos que aporta la agencia oficial Xinhua.
En ese “destierro” de la familia Xi al campo, el primogénito entraría a formar parte del Partido Comunista en 1974, comenzando una carrera fulgurante auspiciada por la sombra paterna. Los contactos del revolucionario permitieron a Xi desenvolverse enseguida en puestos que requerían una dedicación más allá de la puramente pasional. En 1983 fue nombrado mishu, secretario personal de Geng Biao -héroe de la revolución y compañero del padre de Xi que por entonces era Ministro de Defensa-, puesto que le permitió codearse entre las élites del Partido Comunista y comenzar a abrirse camino hacia estamentos más altos.
Su primer caballo de batalla fue su nombramiento como gobernador de la provincia costera de Fujian con el objetivo de potenciar esta provincia como Zona Económica Especial, atrayendo inversión extranjera y estableciendo lazos comerciales con la cercana Taiwán. Si algo se le reconoce a Xi es su animadversión hacia las prácticas corruptas de miembros del Partido; aún así, en 1999 tuvo que ajustar cuentas ante los principales miembros del Comité Permanente (Jiang Zemin a la cabeza) por una presunta participación en la aceptación de sobornos ofrecidos a más de 64 miembros del Partido por el empresario Lai Changxin, quien había logrado amasar una fortuna de miles de millones de dólares con la venta ilegal de automóviles, cigarrillos y textiles que salían desde el puerto de Xiamen.
Xi salió airoso de este caso e incluso se podría decir que reforzado, pues desde Fujian, impulsado por sus vanagloriados logros económicos, llegó a la provincia de Zhejiang (la más rica de China) para convertirse en Secretario General hasta el año 2007; justo después pasó a desempeñar este mismo cargo en Shanghai, en una breve estancia de apenas siete meses, cuando recibió la llamada de Pekín para convertirse en miembro del Comité Permanente del Partido y en Vicepresidente.
Uno de los escasos conatos de democracia interna que se vislumbran en el seno de los órganos de gobierno tiene lugar durante la celebración de elecciones internas para pasar a formar parte del Comité Central. El clientelismo y las “guanxi” juegan sus bazas, pero puede considerarse un acto de reconocimiento o rechazo hacia los nuevos candidatos. En los procesos llevados a cabo en 1992 y 1997, el propio Xi sufrió en sus carnes el desprecio general que se tenía por los llamados “príncipes rojos”, los hijos de los héroes de la revolución, pues los integrantes del Comité Central eran conocedores de los favores políticos que éstos obtenían. El resultado de la proposición de entrada de Xi: 0 votos en 1992 y 1 voto en 1997. Finalmente, la oposición se diluyó y se hizo honor al apelativo para que estos “príncipes rojos” ocuparan su correspondiente trono cumpliendo los designios.
Una vez establecido como nuevo Vicepresidente, en los últimos dos años Xi Jinping ha iniciado un tour que le ha llevado por diferentes países mostrándose en calidad de próximo líder chino. Especialmente significativo fue su paso por Estados Unidos, donde a pesar de eludir las preguntas sobre su nombramiento, fue recibido con honores de jefe de estado y mostró esbozos de un posible acercamiento hacia la otra gran potencia: “El gran océano Pacífico posee suficiente espacio para China y Estados Unidos”, dijo en una tensa rueda de prensa donde no se manifestó ante las alusiones a los derechos humanos por parte de Hillary Clinton y Joe Biden. Durante su estancia, Xi mostró al mundo un rostro menos político charlando con los habitantes de un pueblo de Iowa donde residió durante algunos meses en su juventud y disfrutando del mejor baloncesto (una de sus sabidas aficiones) presenciando un partido de los Lakers.
Este transcurso liviano hacia el poder se ha visto empañado en estos últimos meses por acontecimientos que seguramente han perturbado el sueño de Xi Jinping. Primero, el ya conocido como “escándalo Bo Xilai”, uno de los miembros de ese círculo de “príncipes rojos” destinado a llegar al Comité Permanente del Politburó, que ha acabado con su reciente expulsión del Partido y su inminente juicio. El segundo susto fue una información publicada por el canal de noticias económicas Bloomberg en donde se citaba una serie de nombres de familiares de Xi (hermana mayor, cuñadas y cuñados) cuyas empresas se habían visto beneficiadas por ayudas estatales y cuyos ingresos habían despuntado en apenas unos años, además del propio patrimonio del matrimonio al que no le faltan ingresos. Por último y más recientemente, rozando incluso lo cómico, la “desaparición” pública de Xi en los actos oficiales durante dos semanas dio lugar a informaciones de todo tipo –golpe militar en forma de atropello, infartos o embolias- y que parecen haber minado la imagen interior y exterior del político chino, así como la confirmación del hermetismo crónico en el que se encierra el Partido.
A Xi Jinping no le espera un mandato sencillo. Las disputas con Japón en torno a la soberanía de las islas Diaoyu o Senkaku marcarán el inicio de su agenda política en uno de los momentos de mayor tensión con el vecino oriental. El académico de la Brooking Institution Cheng Li enumera en esos futuribles deberes el remonte de la ralentización económica que puede hacer estallar la temible burbuja de los precios; la tensión social que crece en la misma proporción que la nueva clase media accede a los medios tecnológicos e informativos que escapan de la censura; las históricas disputas étnicas y fronterizas en el Tibet y Xingjiang; y la habilidad que deberá demostrar Xi para lidiar con los poderosos grupos de interés de los sectores energéticos y de las telecomunicaciones que han crecido al cobijo del Estado y de la transición capitalista.
El pragmatismo que se le atribuye a Xi y su eficacia durante su paso por las provincias costeras de Fujian y Zhejiang pueden no ser suficientes para garantizar la “armonía” política (ese término fetiche en el vocabulario del buen líder chino) dentro de una nueva generación de líderes a los que con toda seguridad se les va a pedir cambios profundos dentro del anquilosado Partido Comunista y mayor aperturismo y transparencia para una sociedad que ya mira más allá de los colores del yuan.
Sobre estas líneas, el discurso de Xi Jinping del 15 de noviembre (en chino y en inglés) tras ser nombrado secretario general del PCCh (aquí tienes el texto completo en chino).
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¡MAGIC JOHNSON!
Bueno lo siento Dani pero Jorge lleva toda la razón…….
Cierto, aunque tenga la camiseta de Kobe Bryant en las manos es Magic.
Os estáis currando el congreso y la sucesión, Zaichina.
PDT: Vi a Dennis Rodman en Shanghai 🙂
Perdón, perdón… ya he corregido el error. Como os habéis dado cuenta, el baloncesto no es lo mío…