Manel Ollé: “A la chita callando, Mo Yan convierte sus ficciones en espejos incómodos contra el poder”

por | Oct 18, 2012 | Cultura china, Lo último

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La reciente obtención del Premio Nobel de Literatura por parte del escritor chino Mo Yan ha despertado la curiosidad por conocer más aspectos, hasta ahora para muchos desconocidos, en torno a su prolífica obra y todo lo que rodea a su figura, invitando a la vez a abrir una puerta a profanos de la literatura china. Para adentrarnos más en Guan Moye -el verdadero nombre del escritor, oculto tras su pseudónimo en chino “no hables”- entrevistamos a Manel Ollé, coordinador del Máster en Estudios Chinos de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, autor de obras de gran calado sobre la sociedad y la cultura china contemporánea como Made in China (Destino, 2005) o La Xina que arriba (Eumo, 2009), y colaborador prestando su autorizada opinión en el diario El País.

Manel Ollé, en su despacho de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona.

Primero y antes de meternos de lleno en la entrevista, ¿es merecido el Premio Nobel de Literatura para Mo Yan?

Me parece sin duda un premio literariamente justificado. Mo Yan tiene en su haber una serie de novelas y relatos que impactan y persisten en la memoria del lector, que representan una aportación genuina, al margen de consideraciones extraliterarias de cualquier tipo. Mo Yan llevaba ya algunos años figurando, junto a nombres como los de Adonis, Doctorow, Murakami o Philip Roth, en puestos destacados como posible vencedor en las pujas online de las casas de apuestas británicas que suscitan estos premios Nobel de literatura (que no dejan de tener algo de caprichoso y hasta frívolo juego de azar o de diplomacia cultural).

¿Cuál ha sido la gran contribución de Mo Yan a la literatura china?

Después de las décadas de plomo de la sequía creativa del periodo maoísta, a finales de los ochenta Mo Yan en particular y su generación en general acertó a reconectar el proceso literario chino con las raíces de la modernidad global, sin manierismos ni imitaciones anacrónicas y sin perder su enraizamiento en el mundo rural del que procede.Todo en Mo Yan es excesivo, cordial y carnavalesco, su realismo más que mágico es alucinado, y su humor es más cercano al sarcasmo que a la ironía. Si se puede poner su nombre junto a los de Faulkner o García Márquez no es para tacharlo de exótico y tardío imitador oriental, sino porque hay en su singularidad rasgos que los traen a la memoria.

¿El galardón es un reconocimiento a la obra de Mo Yan o la literatura china, como mayormente se difunde desde la prensa oficial?

Yo creo que se premia de forma evidente al autor, a su acento y a su aportación singular. El resto forma parte de la instrumentalización política o patriótica inherente en todos lados a un premio de estas características. Evidentemente, al premiar a un autor chino, por extensión se pone el foco en el entorno creativo del conjunto de las letras chinas. Pero en este sentido –le pese a quien le pese-, también en cierto modo se premiaba por extensión y se ponía en la palestra internacional al conjunto de las letras chinas cuando hace poco más de una década se premiaba con el Nobel de Literatura a Gao Xingjian, desafecto al régimen y afrancesado, pero extraordinario escritor como Mo Yan y, paradójicamente, con una obra de ficción que es en realidad menos políticamente inquietante, que no lleva ni la mitad de carga corrosiva sobre las realidades chinas que la de Mo Yan, pero el inevitable cruce bastardo entre literatura y política conlleva este tipo de paradojas.

“Sólo cuando se ha catado la amargura se es capaz de escribir”, defendió Mo Yan en una entrevista para El País. ¿El sufrimiento ha sido la herramienta catalizadora para escritores como Mo Yan?

Para Mo Yan y para no pocos de los escritores que empiezan a publicar en los años ochenta, la violencia física y moral, el sufrimiento y la experiencia torturada están en la base de no pocas de las ficciones de su generación, que vivió en directo y aún con mirada implacable y radical del niño y del adolescente las convulsiones y las sinrazones extremas de la Revolución Cultural. Pero en este fermento no crece en la obra de Mo Yan ni el lamento ni la autocompasión, sino una formidable capacidad de fabular desde el sarcasmo, la sátira, el erotismo exuberante y el vitalismo sin constricciones.

Mo Yan formó parte de lo que después se llamó la “generación perdida”, aquellos niños y adolescentes que se vieron obligados a abandonar sus estudios para “reeducarse” en el campo mediante trabajos forzosos. ¿De donde surge esa capacidad para plasmar sobre el papel obras sublimes sin haber adquirido unas habilidades literarias formales?

Mo Yan apenas tenía once años cuando estalló la Revolución Cultural. Pasó su adolescencia lejos de los pupitres, trabajando en una factoría petrolífera. En su manera narrativa hay algo pulsional y instintivo, una corriente magmática que no es ajena a la oralidad, no en vano su pseudónimo o nombre de pluma, Mo Yan, parece derivar de su incontinencia verbal en tiempos de tierna infancia. Pero no nos podemos equivocar, no estamos ante un escritor simple o ingenuo, intuitivo y distraído, tal como sus compañeros de generación de la “fiebre cultural” (wenhuare) que se desató en los ochenta, con la traducción súbita de toda la modernidad global, de Kafka a Sade, de Nietzche a Sartre y de Borges a Jameson, que significó una toma de conciencia, un acicate y un revulsivo creativo de gran impacto.

El realismo mágico del Macondo de García Márquez, el relato grotesco de la América del Sur de Faulkner, ahora se habla del Gaomi (provincia de Shandong) de Mo Yan, ¿en qué consiste el “realismo alucinógeno” que destacó la academia sueca en la mención al escritor?

En no cortarse ni un pelo a la hora de dejar que la imaginación transforme y deforme las experiencias inmediatas siguiendo sus propias lógicas oníricas y míticas, cargando de sentidos, emociones y diversiones el tránsito literario por el territorio ignoto de lo real. No sé si más que alucinógeno sería aquí más apropiado hablar de un realismo alucinado, enfebrecido.

¿Qué discurso adoptará de ahora en adelante el gobierno chino hacia el Premio Nobel?

Yo creo que caso por caso se irá viendo. Según el premiado sea o no del agrado del régimen se irá reaccionando con mayor o menor entusiasmo.

El traductor de Mo Yan para el lector anglosajón, Howard Goldbalt, confesaba en el Washington Post que la obra de Mo se adecúa a las reglas chinas “siendo lo suficientemente flexibles para que él pueda escribir sobre lo que quiera siempre que no mencione las 3 “T´s”: Tibet, Taiwán y Tiananmen”. ¿Representan estos tres nombres el límite real de la censura china?

La censura es siempre y en todo lugar imprevisible, lerda y caprichosa. En 1995 se le censuró a Mo Yan la novela Grandes pechos, amplias caderas por aportar una mirada histórica inaceptable: de los dos hermanos protagonistas el que no se afilia al Partido comunista sino al Kuomintang es el que aparece mejor tratado en el libro que se acabó publicando en 2003. El verdadero problema no es el de la censura sino el de la autocensura, que en algunos casos puede haber cortado las alas creativas a dinámicas prometedoras. Hay en el tono medio de las letras chinas un baño maría que es algo insano. No es el caso de Mo Yan, que “sin hablar mucho”, a la chita callando, convierte no pocas de sus ficciones en espejos más que incómodos para los discursos del poder imperante.

En unas declaraciones para la revista Granta, Mo Yan afirmaba que “las limitaciones y la censura son de gran ayuda para la creación literaria”, ¿debemos tomar esta afirmación al pie de la letra?

Si no se interioriza, la censura aguza el ingenio y dispara la imaginación, y contribuye asimismo a cargar las pilas de la mala uva, ingrediente corrosivo de una cierta importancia en la manera literaria de autores como Mo Yan.

La prensa tiende a dividir a escritores chinos entre oficiales y disidentes, con las connotaciones políticas que ello conlleva, ¿son tan malos los unos y tan buenos los otros?

Este tipo de esquema es simplista y maniqueo. Evidentemente hay escritores mediocres que alimentan su fama y su estómago del halago y la reverencia servil, pero la mayoría de talentos literarios chinos que no se han ido al exilio ni están entre rejas no merecen el desprecio ni la descalificación prejuiciosa. Tampoco exigimos a los grandes escritores norteamericanos contemporáneos el haberse implicado en las protestas contra las guerras injustas que de vez en cuando emprende su país, ni contra las detenciones ilegales en Guantánamo o luchando contra la lacra de la indigencia suburbial y el racismo que persiste. Ni se nos ocurre. Pero en China o eres un héroe por la causa de la libertad o eres una basura despreciable. Si el editor no puede poner una faja en el libro que diga: “Libro prohibido en China” se infiere de forma absurda que es pura propaganda del régimen.

Entiendo que los artistas y activistas más comprometidos, que sufren en sus carnes la dureza inclemente de salirse del marco admitido, tengan esta perspectiva militante, pero las cosas no son tan simples. Un escritor debe ser valorado por sus obras, y en este campo Mo Yan se sitúa en la corriente de aquellos creadores que no se doblegan a las consignas. Otra cosa es que no su obra sino alguna de sus recientes actitudes públicas merezcan alguna reprobación, como por ejemplo el haber contribuido al boicot activo a sus colegas exiliados o poco afines al régimen en la Feria de Frankfurt o en la Feria del Libro de Londres. Por ahí nos acercamos a la instrumentalización servil. Sin embargo, la dosis de impunidad y de libertad que se ha ganado con el Nobel, Mo Yan la ha sabido bien emplear enseguida al decir lo que hasta entonces le estaba vedado: que desea la pronta liberación de Liu Xiaobo.

Desde la disidencia Ai Weiwei ha denunciado que Mo “forma parte del sistema” y el poeta Liao Yiwu le tacha de “canalla”, ¿es verdaderamente Mo Yan un escritor alejado de la realidad de su país?

Para nada. Mo Yan vive estas constricciones innegables desde una posición que ni es ejemplar ni quiere serlo, una posición difícil de entender: por un lado de irrenunciable libertad creativa y por otro de acomodación más o menos distante o displicente al clima imperante. Es militante del Partido, declaraba hace unos pocos años, porque es “complicado y molesto” el proceso de desapuntarse. Una posición en la carta de grises, que no da titulares pero que es la más habitual no solo entre escritores sino en general entre profesionales, intelectuales y gente poco entusiasta o abiertamente crítica, que trabaja desde dentro del sistema. Y que probablemente tiene y tendrá más capacidad de transformarlo o modificarlo que aquellos que se ven –injusta y cruelmente- expulsados del sistema.

¿Es posible separar la política de la literatura china?

No sé si es del todo posible, pero es siempre deseable.

La década de los 80 presenció el surgimiento de una generación de escritores como Ah Cheng, Gao Xingjian, Jian Pingwa, Yu Hua y el propio Mo Yan, y cineastas como Zhang Yimou y Chen Kaige, un movimiento que se conoce como la “fiebre cultural”, ¿qué factores se dieron para tal explosión de creatividad?

Mucha vida intensa y dura, prematuramente vivida, junto a la borrachera de sentir que es posible conquistar nuevas zonas de libertad expresiva sumado al placer y la curiosidad infinita por reconectar con la propia tradición, con las propias raíces, y al mismo tiempo sentir la epifanía de poder recibir de golpe los logros estéticos de la modernidad global traducida.

¿Esa “fiebre cultural” sigue en plena efervescencia con las nuevas generaciones como Han Han, Guo Jingmin o Mian Mian, o se encuentra en un punto sostenido?

Hay cosas de interés puntual, pero el tono medio de momento no es comparable: la comercialización es una enemiga mucho más temible que la censura para la creación literaria…y en China hace estragos.

Después de Mo Yan, al que muchos desconocían, ¿qué otros autores chinos están esperando para dar el salto a ganarse el reconocimiento del mercado y el público occidentales?

Yo destacaría todavía algunos nombres de su generación, y por encima del resto el nombre de Yu Hua, que no tiene desperdicio. También son de gran interés las obras de Su Tong, Han Shaogong, Ma Jian o Wang Shuo.

Para cerrar nuestra entrevista, ¿qué obra recomienda a nuestros lectores que arrastrados por las corriente del Nobel busquen iniciarse en el mundo de Mo Yan?

Cualquiera de sus novelones. De entre los que están traducidos destacaría Grandes pechos, amplias caderas o bien La vida y la muerte me están desgastando.

Sergio Rodríguez Romero
Graduado en Periodismo por la Universidad Pontificia de Salamanca (su ciudad natal), su primer contacto informal con China fue a través de un restaurante. Después de descubrir los entresijos de su política en la sección de Internacional del Diario de León, ahora, de manera más formal, está inmerso en su estudio a través del Máster en Estudios Chinos de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona. [Más artículos de Sergio Rodríguez Romero]

3 Comentarios

  1. Moises

    Interesante entrevista. Me alegra tener el análisis de Manel sobre el libro de Mo Yan.

  2. Luis González

    Excelente entrevista, nos ayuda a tener una mejor comprensión del Nobel chino, Mo Yan. Desde la República Dominicana, un saludo y mis felicitaciones al sinólogo Manel Olle.

  3. Panama

    Aunque sus libros han sido traducidos Mo Yan es, tal vez, más conocido en occidente por la película Sorgo rojo (1987) del director Zhang Yimou y basada en un relato de Mo Yan.

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